sábado, 19 de enero de 2008

El libro único

Capitulo Uno

El señor Enhus era un anciano que vivía en el pueblo de Árfados, un lugar bastante humilde y despoblado, donde las pequeñas cabañitas hechas de tablones y tejados de broza no pasaban de diez o quince en total. Sentado siempre en un viejo sillón de madera rustica al pie de su puerta, observaba el correr del día, mientras contemplaba el ir y venir de las personas que trabajaban en sus pequeños sembradíos, atendían los pequeños negocios e inclusive al único herrero que se ocupaba de hacer sus labores cotidianas justo en frente de la casa del anciano. Enhus era un hombre sabio, a pesar de que su conducta no lo pareciera, pues en cada oportunidad presentada, no dejaba de contar anécdotas fantasiosas sobre sus viajes de juventud, las cuales en su mayoría solo eran creídas por algunos pequeños niños que asombrados, no hacían mas que correr de la escuela a casa del anciano. Mas sin embargo, no eran las exageradas historias de Enhus lo que atraían a los niños, si no la descripción de un mundo desconocido para ellos. Enhus era uno de los muy pocos a los que cuyos padres habían hablado de la antigua Tierra, poblada de millones de personas, con enormes rascacielos y maquinas extraordinarias que hacían la vida mas fácil y llevadera para todo el mundo. De los distintos países existentes y las diversas culturas, los fascinantes animales o inclusive, la extraña forma de vestir. Nada era comparado con aquellas descripciones tan precisas hechas por el viejo, descripciones grabadas en su cabeza desde que su padre las hubo dicho a el, y su abuelo a su padre y su bisabuelo a su abuelo, etc., pues hacía mas de quinientos años que la nueva era había comenzado después del Caos.

El Caos era el suceso que seguía siendo tan temido como lo fue en aquel entonces: la destrucción total de todo lo que había sobre la tierra. Grandes explosiones por doquier, temblores, erupciones, tormentas, aludes, maremotos, inundaciones y finalmente hambruna. Muchos años pasaron para que los pocos hombres sobrevivientes volvieran a revivir la tierra, a encausar los lagos y ríos, a prender a vivir en grupo. Mas todo aquello se debía a un solo hombre: Amed, un extraño individuo que había unido a todos los pequeños grupos de sobrevivientes que habían ya formado pueblos y los había organizado para poder vivir en armonía. El resultado de esto había sido quince reinos dispersos por todo Arhas (la nueva tierra) y el nacimiento de una extraña raza llamada mardot. Los mardots, habían aparecido repentinamente en las partes internas de los bosques. Una pequeña sociedad aun más organizada que la humana, con sus propias costumbres, su cultura, su lengua y su religión.

Arfados era un pueblo habitado por mardots y humanos, quienes no eran difíciles de diferenciar, ya que quizás a simple vista todos lucían como seres comunes, pero mirando con mayor atención, se podía notar como algunos eran más pálidos que otros, con ojos de colores poco ordinarios como arena, tenues púrpuras o amarillos. Mas sin embargo, era su palidez la característica más evidente de los mardots, pues estos carecían de sangre, en su lugar corría dentro de su cuerpo una plasma semitransparente que hacía en ellos las mismas funciones que la sangre en los humanos, aunque esta tuviera sus consecuencias, como la debilidad al frío y la diferencia con los hombres. ¿Qué eran los mardots y como habían aparecido sobre la tierra?, era la pregunta sin respuesta mas ininteligible en aquellos tiempos, pero también entonces la menos cuestionada.

- ¿Es verdad que los mardots pueden leer la mente? – preguntaba un pequeño al anciano Enhus, quien rodeado por un grupo de niños, rascaba su larga barba blanca y meditaba la respuesta.
- No lo sé, quizás no o quizás si – sonrió
- ¿Es cierto que hay humanos que no quieren a los mardots?
- Lamentablemente – respondió con seriedad – hace muchos años atrás eran menos tolerables de lo que son ahora
- Díganos señor Enhus, ¿en realidad volaban los antiguos por los cielos?
- Oh si, en grandes maquinas de acero llamadas aviones
- ¿Y los niños iban a la escuela?
- Si – respondió el anciano – pero en lugar de maestros, habían maquinas que reflejaban la imagen de personas que les enseñaban todo lo que necesitaban aprender.

Los pequeños murmuraron entre si, asombrados por las respuestas del viejo que sacaba de entre sus ropas, una pequeña bolsa con tabaco y la metía en su extraña pipa.

- Dermor – escucharon todos de repente aquella voz que era conocida – es hora de que nos vayamos a casa

Un jovencito de aproximados trece años se encaminó hasta uno de los niños que yacía sentado en el suelo junto al anciano, y tomándolo del brazo lo haló con brusquedad.

- ¡Déjame en paz! – se liberaba el niño – me iré cuando quiera
- ¿Cómo puedes estar aquí escuchando las tonterías de un viejo loco?
- ¡No son tonterías! – respondió otro de los pequeños
- ¡Tu cállate tonto ingenuo! ¿Acaso no se dan cuenta de las patrañas de este viejo?
- Claro que no son patrañas
- Si lo son, mentiras de un viejo loco – y tomando nuevamente el brazo del Dermor, el muchacho lo levantó del piso y lo llevó hasta el arenoso camino.

Ya apunto de comenzar a arrastrar a su pequeño hermano, Enhus sacó de su boca la pipa que con dificultad había encendido, y mirando al joven impetuoso, preguntó:

- ¿Por qué crees tú que lo que yo cuento a tu hermano son mentiras?

El muchacho volteó bruscamente y encontrándose con los ojos del anciano, respondió sin soltar al niño.

- Por que mi padre dice que usted nunca ha salido de Arfados. ¿Cómo puede una persona que nunca ha salido de su pueblo, saber tanto del mundo?
- ¿Cómo puedes aprender tú en la escuela sobre otras ciudades, culturas, costumbres o lenguas, hijo?
- No es lo mismo. Usted habla como si todo lo hubiese presenciado con sus propios ojos.
- Es que así ha sido hijo mío. He tenido en mi mente todo aquello que he oído y he visto en ella lo que ha pasado.
- Si ya se, como esas aventuras en los bosques, o las batallas en las montañas – dijo irónicamente.

Enhus sonrió divertido. Se inclinó de aquel sillón y talló sus arrugadas manos.

- Y si yo te dijera que la mas esplendorosa aventura, ha surgido de aquí mismo y que Arfados fue el punto de partida de aquello que definió las vidas de todo Arhas, ¿me creerías?
- Va, ¿quien cree que soy? ¿un tonto?
- Oh no claro que no. Se que solo eres un muchacho que no cree, pero que con mi ayuda puede cambiar.
- ¿Su ayuda? – dijo el chico echándose a reír enseguida – vaya cosas que dice – y dando medía vuelta, tomó el brazo del niño y se dispuso a seguir su camino.
- ¿Tanto miedo me tienes hijo? – preguntó una vez mas Enhus, a lo que ocasionó que el joven se detuviera - ¿tanto miedo tienes de que mis palabras te convenzan?
- Yo no le tengo miedo a nada – dijo desafiante al encontrarse nuevamente con los negros ojos del viejo.
- Entonces ven conmigo – dijo Enhus, levantándose con dificultad del sillón y dirigiéndose al interior de su casa.

Los niños que habían permanecido sentados en el piso se pusieron de pie y siguieron al anciano, mientras que el muchacho, soltaba a Dermor y seguía al grupo. La casa era muy oscura, a causa de que las ventanas permanecían cerradas. El aire olía a humedad y solo se podía oír el tic tac del reloj que colgaba arriba de una pequeña chimenea aún encendida. Al lado de esta, se encontraba un viejo baúl de color negro. Enhus se dirigió hasta el y sacó de su interior un pequeño envoltorio. La piel del envoltorio parecía muy antigua y raída, pero no era eso lo que mantenía en suspenso a los pequeños, si no el contenido de ella. Enhus se sentó en una mecedora que permanecía frente a la chimenea y levantando una mano, invitó a los presentes a sentarse nuevamente a su alrededor, esta vez con un integrante mas al grupo.

- Díganme niños – dijo lentamente mirándolos con cierta picardía - ¿Qué es aquello que nos ayuda a conocer ciudades, culturas, costumbres o lenguas?

Los pequeños se miraron entre sí, como si en las caras de sus compañeros estuviera la respuesta a aquella pregunta.

- Con los libros – respondió entonces el muchachillo que permanecía aun de pie junto a Dermor – aprendemos gracias a los libros.
- Bien – sonrió el anciano - ¿les gustaría ver el único libro sobre todo Arhas, capaz de responder todas las preguntas que se pregonan en todo nuestro mundo?
- Eso es imposible – respondió nuevamente el impetuoso jovencito – no existe tal libro

Enhus colocó entonces aquel envoltorio sobre sus piernas y poco a poco lo descubrió de aquella vieja piel. Los presentes siguieron con sus ojos cada movimiento hecho por el anciano, hasta que al fin, el contenido fue revelado. Un grueso libro de color negro con borrosas letras doradas en un idioma extraño, fue presentado frente a todos.

- Vaya, todo para un libro… – se quejó Dermor
- Oh no, nunca digas eso – interrumpió Enhus – este no es solo un libro más. Este es el libro Único

El anciano dirigió entonces la mirada hacía el joven que aún de pie junto a su hermano, observaba el libro con cierta insistencia.

- Disculpe señor – interrumpió un niño mardot que lo miraba con cautela – pero, ¿que tiene de extraordinario este libro?
- Esto jovencitos – dijo sacudiéndolo con ligereza – es aquello que lo sabe todo. Es aquello que nos permitió seguir con vida. Es aquello que nos ha permitido una segunda oportunidad – y encontrándose una vez mas con los ojos del joven, sonrió - ¿quieres comprobarlo?

Enhus extendió aquel libro hacía el muchacho, quien en seguida lo tomó y lo contempló entre sus manos. Lo miraba con cierta extrañeza, mientras que lo acariciaba como cuando alguien encuentra algo muy preciado que había perdido desde hacía mucho tiempo. Entonces, intentó abrirlo, pero extrañamente, las pastas parecían estar pegadas a las hojas y le era imposible el hacerlo.

- ¿Cómo pudo leer un libro como este? - susurró
- Quizás por que – dijo Enhus extendiendo su mano una vez mas – el libro elige a quien desea que conozca su contenido
- Entonces, ¿el libro se abrió solo para usted? – preguntó una vez mas el pequeño mardot
- No, de hecho, yo lo leí por suerte. Lo encontré abierto hace muchos años y así lo mantuve hasta apenas la noche de ayer.
- Vaya, que mala suerte – dijo Dermor
- ¿Quieren saber que es lo que me ha contado? – dijo nuevamente con tono pícaro
- ¡si!
- Me ha revelado la historia misma de los Héroes

Un gritó ahogado se escuchó en general, mientras que el jovencito que había permanecido de pie junto a su hermano, se deslizaba lentamente hacia la puerta.

- ¿Que sucede hijo? – lo detuvo el anciano
- Yo…no tengo… ¡no tengo por que quedarme a oír patrañas! – y abriendo la puerta salió rápidamente de la casa
- ¿Qué le sucede a tu hermano? – preguntó una niña a Dermor
- No lo sé, pero en cuanto llegue a casa le preguntaré
- Entonces hazlo ahora – aconsejó Enhus a la vez que envolvía el libro – y así podremos escuchar la historia el día de mañana

Un lamento general invadió el lugar, pero a un a pesar del alegato, el anciano volvió a guardar el envoltorio y los pequeños tuvieron que regresar a casa. Enhus los despidió desde su puerta, mientras que sonreía con aquella pipa en su boca, pensando que a partir de ese momento debía ir por un poco de comida para el curioso visitante que estaba seguro, volvería esa misma noche.
* * *

Era poco más de media noche, cuando Enhus hubo retirado el agua del fuego. Acercó la extraña tetera a una pequeña mesita colocada junto a la mecedora que yacía frente al fuego de la chimenea. Se dirigió a los estantes que adornaban las paredes de lo que parecía ser la cocina, y sacó de ellas una lata con pintorescos dibujos. Se disponía a colocarlas junto al par de tacitas que ya había acomodado con la tetera, cuando unos leves toquidos se escucharon en su puerta. Con cierta torpeza provocada por la emoción que no podía controlar, el anciano se dirigió a abrir, encontrándose con el rostro confundido del joven hermano de Dermor.

- Adelante hijo – señaló el hombre, mientras se apartaba para dejar pasar al aún confundido muchacho

Sin saber que hacía en aquel lugar, el chico entró y se quedó de pie junto a la puerta, mientras que Enhus la cerraba y se dirigía a su cómoda mecedora.

- Vamos, he preparado té y he sacado algunas galletas
- ¿Por qué estoy aquí a estas horas? – preguntó el joven con cierto tono de temor
- Por que tardaste mucho en darte cuenta – sonrió el anciano y levantando su mano lo invitó a acomodarse en una butaca cercana al fuego

El joven obedeció y mirando al anciano servirle te, abrió la boca para decir algo que Enhus detuvo.

- Estuviste pensando en lo que te dije, ¿no es así? – sonrió observando como el chico movía su cabeza aceptando sus palabras – trataste de olvidarlas pero no pudiste. Recordaste una y otra vez la apariencia del libro y aún hace un momento acostado en tu cama, no podías dejar de sentir las pastas en tus propias manos
- ¿Por qué…
- Puedo responderte si eso es lo que quieres, pero antes, debes escuchar la historia que me ha sido revelada por este libro. ¿Estas dispuesto a escucharla….
- Huner – respondió – mi nombre es Huner
- Lo sabía – sonrió el anciano, mientras admiraba el aspecto de aquel chico. Alto de piel morena y unos cabellos cortos tan negros como sus intensos ojos, esos ojos que reflejaban la bondad de su madre.

Enhus se puso de pie y por segunda vez en aquel día, sacó del baúl el envoltorio, se sentó en la mecedora y lo colocó sobre sus piernas.

- Todo comenzó aquí Huner, en Arfados, justo en la casa de enfrente, en el taller del viejo Thort, el herrero…