domingo, 3 de febrero de 2008

La búsqueda

Capitulo Dos

- He terminado Sr. Thort
- Oh, muy bien – respondía un hombre alto, corpulento y de espeso bigote que guardaba enormes ruedas de carreta al pequeño establecimiento – entonces solo espera a que pase la lluvia para que puedas marcharte a casa
- No – dijo la joven que miraba por la ventana el caer del agua – no parará hasta mañana.
- Si, si, lo olvidaba – sonrió el hombre que en su rostro le era imposible reflejar la tosquedad de su aspecto – ustedes los mardots y sus predicciones
- No son predicciones – lo miró la joven con cierto reproche a través de sus ojos color violeta – solo son …
- Susurros, si, también lo olvidé – y continuando con su trabajo, el Sr. Thort se despidió – entonces ve con cuidado y apresúrate antes de que comiencen los truenos.
- Gracias, que pase buena noche.
- Igualmente.

La muchacha se dirigió hasta la gran puerta doble que aseguraba el lugar y se detuvo un momento fuera de ella. Miró la luna llena que iluminaba levemente el oscuro cielo y amarrándose su capa al cuello, levantó el capirote y cubrió su cabeza. Entonces salió del techo que la cubría y corrió por el fangoso camino hasta su casa. Su mirada estaba fija en el suelo, a la vez que sus oídos no escuchaban más que el caer de la fuerte lluvia en el camino. Llegó al fin a su morada y se detuvo frente a la puerta. Levantó una de sus manos y tocando brevemente la madera, escuchó con claridad un clic que le indicaba la apertura de esta. La empujó levemente y entró a la oscura casa. Cerró enseguida y aún en el portal se despojó de la húmeda capa, liberando su larga cabellera dorada y sacudiéndose un poco, se dio la vuelta y se encaminó hasta la pequeña mesa donde estaba el quinqué, el cual todos los días colocaba en el mismo lugar. Pero ese, no era uno más de sus comunes días, pues en cuanto se hubo acercado a la mesa, un relámpago iluminó una de sus ventanas y pudo ver entonces, aquello que creyó por un momento le causaría un paro directo a su corazón. Una silueta extraña estaba justo frente a ella.

La joven lo observó con temor y asombro, pues le era imposible el creer que una persona común estuviera colocada en tal posición como lo estaba aquel tipo: en la silla en el otro extremo de la mesa, parado justo en el diminuto borde que adornaba el respaldo del asiento, en cuclillas, como si solo fuese sostenido por los dedos de sus pies, justo como un ave. La chica dio un paso atrás, logrando tocar con su espalda la fría madera de su puerta, y tanteando el cerrojo sin despegar la mirada de aquel ser que tenia frente a ella, intentó abrir el pasador para poder huir a toda prisa rumbo a la casa del Sr. Thort. Pero algo extraño ocurrió en aquel momento. A pesar de que halaba y halaba el pasador, este se mantenía en su lugar, como si hubiese sido adherido a la puerta, mientras que la joven lo intentaba cada vez con mayor desesperación.

Podía sentir claramente la mirada del ser sobre ella, observándola detenidamente, como un león asechando a su presa. Entonces, cuando creyó que moriría del miedo que la invadía en esos momentos, escuchó la voz de aquel individuo que súbitamente reconoció.

- No huyas de mi – le dijo con voz tan hermosa que ocasionó un extraño comportamiento en ella – no te haré daño

La joven guardó silencio, pues trataba de comprender lo ocurría en esos momentos. No era la primera vez que escuchaba dicha voz, tenía la sensación de haberla oído con anterioridad, pero pensando por un segundo, solo pudo dar un profundo suspiro y susurró.

- ¿Quién eres tu?
- No importa quien soy yo, lo importante aquí es quien eres tu

La chica desistió del pasador, el cual continuaba tan rígido como antes y colocó sus manos en ambos lados.

- Mi nombre es Zeris, ayudo al Sr. Thort, el herrero.
- No es a eso a lo que me refiero, si no, a tu origen.

La joven guardó silencio y con cierta vergüenza bajó la mirada.

- Soy…soy una mardot.
- De nuevo confundes mis palabras.

Zeris lo observó con mayor detalle. Sus ojos comenzaban a adaptarse a la oscuridad de su casa y la figura ya no le era tan imposible de ver. Parecía ser un hombre en definitiva, o cuando menos esa era su apariencia. Vestía como cualquier tipo de los que habitaban en Árfados, aunque su ropa era totalmente oscura, con cabellos que caían alrededor de su rostro hasta sus mejillas.

- Debes ir en su busca, el te necesita, eres muy importante
- ¿el?, ¿de quien me hablas?

De pronto, en cuestión de un instante, aquel hombre había saltado desde su lugar hasta Zeris, de una manera tan suave como si se tratara de un gato, logrando un gran sobresalto en la joven que ahora lo tenía mas cerca. Fue en ese momento cuando se percató que era mucho más alto que ella y que sus cabellos eran rojizos y desaliñados como su rostro. Pero lo que más sobrecogió a Zeris fueron sus ojos. Ojos cafés claros, tan claros que parecían no ser reales y tan dulces que parecían no ser de este mundo. Entonces, aquel hombre extendió una de sus manos y ofreció a la chica una pequeña bolsa de piel amarrada con una extraña cinta.

- Ve hasta Poldhos, la noche de luna oscura – y tomando su rostro con ambas manos, lo acercó lentamente hasta el suyo. Zeris parecía haber quedado paralizada y en aquel especie de trance, sintió en su frente aquel calido beso.

Zeris cerró sus ojos ante aquella acción, y de pronto pudo sentirlo: algo reconfortaba su pecho con una profunda tranquilidad que jamás había sentido. Una sonrisa se dibujó en su rostro y sin poder evitarlo susurró:

- Huele a flores

Abrió lentamente sus ojos, y para sorpresa suya, se encontraba totalmente sola. Miró rápidamente a ambos lados, pues era imposible que alguien partiera tan rápido, sin contar que ella se encontraba sobre la única salida. Llevó una mano a su pecho y comenzó a asir la cadena que colgaba de su cuello. De repente bajó la mirada. Allí estaba, en su mano, aquel pequeño envoltorio que el extraño visitante había obsequiado. Caminó hasta la mesa y encendió el quinqué sin poder dejar de mirar hacía los rincones de la habitación. Se sentó a la mesa y destapó aquel envoltorio, encontrando un extraño anillo, con una piedra roja brillante y un pedazo de pergamino finamente enrollado. Lo abrió a toda prisa y leyó: “La luz brillante, viento que hiere”. Regresó su mirada al anillo, el cual estaba tallado finamente, con algunos rasgos que jamás había visto en anillos mardots o humanos. ¿Quién era aquel mensajero? Y ¿Qué era lo que le había dicho?, ni siquiera entendía las palabras del pergamino, pero no era eso lo que preocupaba tanto a la joven como el hecho de ¿partir o no?, ¿y si era peligroso? Se quedó un largo rato pensando en todo aquello, pues el sueño había abandonado su cuerpo, como lo había hecho con otras cuatro personas a kilómetros de distancia.

* * *
Misteriosamente aquella mañana Zeris sentía una extraña sensación que invadía su cuerpo. Se había pasado gran parte de la noche tratando de entender que había sido todo aquello ocurrido en su casa, y después de tomar al fin aquella difícil decisión, pero sobre todo, el haber recordado de donde conocía dicha voz, se quedó profundamente dormida. Hacía varias noches que el extraño sueño que la acompañaba desde hacia dos años atrás, se había vuelto mas frecuente, y aquella voz era escuchada en este. Sentía tanta vergüenza de el, y temía ser cuestionada por su significado que nunca lo había contado a nadie, ni siquiera al Sr. Thort a quien le tenía un profundo cariño. Y fue por el correspondido cariño hacia la joven, que el corpulento herrero la miraba con total reclamo y decisión.

- ¡Por supuesto que no iras, y es mi ultima palabra!
- Pero señor, en realidad solo hablo de un par de días.
- ¿Un par de días?, me has dicho que debes estar en Poldhos para ir en busca de alguien y si lo encuentras, no serán un par de días. Mañana es luna oscura y debes estar allí.
- Por lo que tengo el tiempo perfecto si parto ahora.
- ¡NI PARTIENDO AHORA LLEGARÁS!

Y dando media vuelta, le dio la espalda a la joven, quien con una pesada bolsa de viaje y su capa puesta había llegado a explicar la situación al Sr. Thort.

- Le hice una promesa a Yuras – continuó mascullando el hombre – le dije que te cuidaría.
- Y lo ha hecho bien, solo que…esto es algo que debo hacer. No se por que y tampoco me lo puedo explicar.

El hombre volteó y se encontró con los ojos decididos de la joven, quien aun sostenía la pesada bolsa, sin muestra alguna de desistir de su viaje.

- De todas maneras te irás ¿cierto? - ella guardó silencio - Son dos días de camino a Poldhos, y debes estar allí mañana.
- Lo sé, me apresuraré, además llevo provisiones para el camino – dijo la chica sonriendo levemente
- Entonces…déjame llevarte al siguiente pueblo – y caminando hasta la puerta continuó – al menos te ahorraré un día de viaje.
- Muchas gracias – rió la joven
- Pero eso si – agregó – en cuanto todo esto se aclare, regresarás. ¿entendido?
- Claro que si Sr. Thort – mintió – regresaré

* * *

El camino hasta el poblado próximo fue un tanto agotador para Zeris, quien ahora caminaba rumbo a Poldhos. El Sr. Thort había hecho el favor de dejarla establecida en una posada la noche anterior, sin olvidar darle mil recomendaciones acerca de que era muy joven, mujer y para terminar mardot, quienes no eran muy bien vistos en aquella época. Los humanos los consideraban peligrosos por poseer tanto de lo que ellos carecían, lo cual ocasionaba el descontento de ellos y eran tratados con discriminación. Por su parte los mardots eran seres muy amables, la mayoría dispuestos a ayudar bajando la cabeza y haciendo oídos sordos a las ofensas y arbitrariedades cometidas en su contra. Más sin embargo en todos bandos existen los lados contrarios: humanos agradecidos con mardots y mardots resentidos con humanos, ambos en minoría.

Comenzaba a oscurecer cuando al fin a lo lejos pudo vislumbrar el pueblo, y siguiendo los consejos del Sr. Thort, los cuales en un principio le parecieron carentes de importancia, cubrió su cabeza con el capirote de su capa y se dispuso a entrar a Poldhos. Como había escuchado con anterioridad por las personas que ya habían estado allí, la chica pudo darse cuenta que no era un pueblo mas grande que Árfados, con la diferencia de que los habitantes eran menos gentiles, pues había intentado preguntar sobre alguna posada a un par de personas que le habían negado la palabra y continuaban con su camino. Quizás era por su aspecto, pensó la rubia, pues no era muy común ver a mujeres mardots vestidas como hombres, sobre todo si ellas poseían estilos muy diferentes a las de las humanas. Fatigada por el largo día de viaje, la joven se sentó en la orilla de la fuente que adornaba la pequeña plaza y sacó de su bolsa un par de frutas. Miró a todos lados, cerciorándose de que las calles poco a poco se quedaban vacías. Tomó entonces aquel pedazo de pergamino que traía entre sus ropas y nuevamente comenzó a leer.

- “La luz brillante, viento que hiere”…no debí haberle hecho caso. Además, ¿Quién era él para decirme que hacer?, ¿a quien debo encontrar aquí?

Levantó nuevamente la mirada y se dio cuenta que en cuestiones de minutos la plaza se había quedado desierta. De repente comenzó a sentir un malestar en el estomago que se extendía poco a poco. Sentía miedo de estar allí, sin saber que hacer, sola en la oscuridad en aquella noche sin luna.

* * *
- Una cerveza – dijo animadamente un joven que acaba de entrar a una taberna, la cual parecía ser el único lugar con gente aquella noche.
- ¿De donde vienes muchacho? – preguntó el tabernero a la vez que servía aquel tarro de oscuro liquido.
- De Aldhus – respondió dando un sorbo a su bebida
- Vaya, tierras lejanas…y… ¿Qué haces tan lejos de tu hogar?
- Vengo buscando a alguien, pero creo que no lo encontraré.
- Es una lastima que hayas venido hasta aquí, estas regiones son muy peligrosas a estas horas de la noche.
- Si, lo sé.

De repente, la puerta se abrió, dejando ver entonces la figura de un joven alto y de apariencia extraña. Caminaba portadamente y envuelto en una capucha oscura, se sentó en una mesa cerca de la ventana.

- ¿Es él a quien buscas? – preguntó el tabernero, mientras miraba con cierta desconfianza a aquel tipo.
- No lo sé, quizás – dijo el joven sin apartar la mirada del recién llegado.

Entonces, tomando su tarro aun con bebida, el joven de ojos cafés y cabello castaño, se dirigió a una de las mesas del lugar, una donde pudiera observar detenidamente al encapuchado, el cual miraba hacia la ventana como si esperara que algo pasara. De pronto, el misterioso recién llegado, se liberó de sus abrigos dejando ver sus cabellos oscuros y claros ojos. Y como una iluminación, el muchacho se percató de su rostro: una pronunciada cicatriz atravesaba por su ojo derecho hasta casi la mitad de su frente.


- Así que eres un marodat – susurró y sacando un pedazo de pergamino de entre sus ropas comenzó a leer - “La luz brillante, aquel de aspecto diferente” – y volteando a ver nuevamente al muchacho, continuó – si, debe ser él.

* * *


Un hombre alto y corpulento caminaba tranquilo por las negras calles de Poldhos. Con sus largos cabellos amarrados a la altura de su cuello, y su extraña mirada intensa, severa pero amable, lucia un arillo en una de sus orejas. Dio vuelta en una de las esquinas de aquellos pasajes, cuando pudo visualizar la pequeña plaza. Atravesándola para llegar a su destino, pudo ver entre las penumbras a la chica que aún permanecía sentada en la fuente. Sus negros ojos se posaron en los de ella, mientras que con paso lento continuaba su camino. Ella sin embargo, fijó su mirada en la suya la cual fue siguiendo poco a poco. El la observaba detenidamente, como si por un momento hubiese tenido la impresión de haberla visto en algún lado, sin mencionar que le era extraño el sentir la mirada idéntica de ella sobre el. Fue como si en esos momentos ambos supieran quienes eran.


- Niña – escucho Zeris aquella voz que la hizo voltear al lado contrario - ¿pero que haces allí?, ¿Qué no ves que es peligroso quedarte sola en este lugar?
- Es que…no tengo a donde ir
- Vamos te llevaré a mi casa, allí podrás pasar la noche – dijo la noble mujer que le regalaba una amable sonrisa.

Zeris miró nuevamente en dirección al extraño hombre, pero este había desaparecido.

- ¿Vienes?
- Si señora – le sonrió nerviosa – muchas gracias.

Caminaron un par de calles, cuando llegaron a la morada de la mujer, un lugar pequeño pero muy acogedor. Por un momento se sintió como en casa, pues era evidente que aquella mujer, al igual que ella, vivía sola. La amable señora le ofreció en seguida una humeante bebida y la invitó a sentarse junto a la chimenea.

- No hay posadas en Poldhos – le comentó la anfitriona - es un pueblo tan pequeño que no tiene una, pues no somos muy visitados.
- Oh, ya comprendo.
- Las personas que suelen venir se hospedan en la taberna, el único lugar con algunos cuartos, pero no te aconsejo que te metas allí – y mirándola aún con su pesada vestimenta invitó - ¿Por qué no te quitas esa incomoda capucha?
- No – contestó rápidamente a la vez que bajaba la mirada – estoy bien así
- Bueno, si temes que te corra de mi casa al descubrir que eres una mardot, ten por seguro que no lo haré.

Zeris sonrió ante el comentario de la mujer y gentilmente agradeció sus palabras.

- No deberías viajar sola.
- Vine en busca de alguien, pero aún no lo encuentro.
- No te preocupes ya lo harás.

* * *

El hombre corpulento de cabellos largos llegó hasta una casa. Dudó un momento frente a la puerta, pero al fin accedió a tocar. Escuchó claramente el arrastrar de unos pies que se apresuraban a abrir, y cuando al fin la puerta se apartó frente a él, pudo ver la figura de un anciano que iluminó su rostro con la presencia del recién llegado.

- ¡Hagath!, ¡Vaya sorpresa! – decía el anciano a la vez que permitía la entrada a su amigo – hacía mucho tiempo que no te veíamos… ¿Qué haces por este lugar?
- Vengo buscando a alguien, pero realmente comienzo a creer que no lo encontraré.
- Siéntate junto al fuego, le diré a Brisela que te prepare té.
- Muchas gracias abuelo – dijo sonriendo – dime, ¿donde esta Elnia?

El anciano guardó silencio ante tal pregunta, cosa que desconcertó al hombre.

- Ella murió – musitó el viejo con profunda tristeza – fue hace un año, en el nacimiento de su hijo.

Hagath guardó silencio. Sentía mucho el escuchar aquellas palabras, pues había sido Elnia el único enlace que le quedaba hacía Varzic, su amigo y compañero durante su juventud. Podía imaginar la tristeza de aquel anciano que repentinamente no pudo mirar a los ojos, pues “la muerte de un hijo es contra natura”, le había escuchado decir una vez, sin saber que dos años mas tarde Varzic partiría de su lado. Solo Elnia había quedado, sola en espera del ahora único descendiente de aquel anciano. Hagath miró hacia la chimenea que tenía frente a el y sin atreverse a ver el nostálgico rostro del viejo, preguntó.

- El niño, ¿está bien?
- Si. El está muy bien – escucharon de pronto la voz de una anciana que entraba a la sala, con un pequeño en brazos.

Hagath se puso de pie lentamente, y con cierto temor, el cual no comprendía, se encaminó hasta la mujer y contempló por un instante al pequeño.

- Se parece a…
- A Varzic – terminó la anciana – será idéntico a su padre, ya lo verás
- Cuanto lamento todo esto – dijo apartando los ojos del niño.
- No lo hagas, después de todo, no fue tu culpa.

Guardaron silencio por un instante, mientras el ambiente comenzaba a sentirse pesado, justo lo que Hagath temía que ocurriera, y aunque sabía perfectamente que ese instante llegaría, no se arrepintió por un segundo el haber desaparecido durante tanto tiempo, desde la muerte de Varzic.

- Nos gustaría que... – vaciló un instante el anciano – nos gustaría que te hicieras cargo de su educación.
- ¿De su educación? – preguntó sorprendido ante tal ofrecimiento.
- Brisela y yo somos ya muy viejos y sabemos que cuando tengamos que partir…bueno, él se quedará solo.

Hagath guardó silencio. Desde que había abandonado la legión hace ya diez años, se había dedicado a la enseñanza de defensa y ataque a un par de importantes jóvenes, o al menos debían serlo como para recibir educación directa de uno de los mejores legionarios de todo Arhas. Levantó los ojos y se encontró con la mirada suplicante de Brisela, quien aun con el pequeño en brazos permanecía inerte en su lugar.

- Por supuesto que lo haré – sonrió – lo prometo
- Bien – dijo el anciano sonriendo enormemente y tomando una jarra con humeante líquido, sirvió un poco más a su invitado - ¿Es acaso a algún aprendiz a quien buscas aquí?
- Ni siquiera sé quien es, lo único que tengo para encontrarlo es esto – dijo Hagath dándole al viejo un pedazo de pergamino, el cual sacó del grueso brazalete de piel que llevaba en una de sus muñecas. El pequeño hombrecito leyó en voz alta.
- “La luz brillante, el escudo del sol”… vaya, si que es extraño.
- Y eso que no te he contado como obtuve ese papel – sonrió – dime algo, ¿Quién era esa chica mardot que estaba en la plaza?
- ¿mardot? – respondió extrañado - no hay mardots en Poldhos

* * *
Lars observaba nervioso al joven que aún miraba a la ventana. Deseaba saber si él era el tipo al que debía encontrar en aquel pueblo, pues según sus especulaciones hacia los escasos datos obtenidos, parecía ser el. “Aquel de aspecto diferente”, por supuesto, quien mas que un marodat, pensaba una y otra vez, sin objetar que llevaba allí mucho tiempo, igual que él, como si ambos esperaran a alguien más. Así que sin cavilarlo de nuevo, Lars respiró profundamente y se acercó al marodat que se encontraba a unas cuantas mesas. Al fin frente a el, aclaró su garganta y preguntó.

- ¿Eres tú la persona que debía encontrar aquí?
- ¿Disculpa? – respondió el joven con otra pregunta.
- Bueno… es que… yo debía ver a alguien aquí y me preguntaba…si se trataba de ti.
- No lo sé. Yo también busco a alguien, pero…

De pronto, unos trastornables chillidos comenzaron a escucharse en todo el pueblo. Todas las personas de la taberna cayeron al suelo, cubriéndose afanosamente los oídos ante tal ensordecedor ruido. Sus cabezas parecían explotar por el dolor ocasionado ante aquel sonido sobrenatural. Lars había caído junto al marodat, que al igual que el se retorcía dolorosamente. Los cristales del alto ventanal que adornaban el lugar, comenzaron a bretarse ligeramente y en cuestión de segundos se hicieron añicos.

Aun en la casa de los ancianos, Hagath trataba de moverse con cordura ante el vértigo ocasionado por el sonido. Se arrastró con dificultad hasta las afueras de la vivienda y poco a poco avanzó algunos pasos por la empedrada calle.

- Señora, ¿Qué le sucede? – gritaba Zeris, quien desesperada ante lo que ocurría, intentaba incorporar a la mujer que no podía si quiera intentar ponerse de pie y apretaba el contorno de su cabeza con dolor.
- ¡Este… sonido! – se quejaba la mujer
- ¿Sonido? – se preguntó la chica, pues extrañamente ella no escuchaba absolutamente nada – yo…intentaré… intentaré.

Lo pensó un par de segundos y juntando con prontitud las palmas de sus manos, cerró sus ojos y susurró:

- Boldyrs

Y repentinamente cesaron los chillidos, no solo en la cabeza de la mujer frente a Zeris, si no de todos aquellos que instantes atrás se adolían de ellos. Aun asombrado ante aquello que no comprendía, Hagath, quien yacía a la mitad de la calle, se puso de pie y corrió hasta la plaza donde entonces pudo ver a aquello que había ocasionado tal trifulca.

Lars se puso de pie torpemente y regresando a su asiento, tomó aquella maleta que traía consigo, mientras que el marodat salía a toda prisa de la taberna, percatándose del mismo panorama que Hagath. Un enorme dragón estaba justo en plena plaza, abriendo sus inmensas fauces para liberar grandes llamaradas de fuego que comenzaban a consumir las pequeñas casas que se encontraban alrededor.

- ¿Qué rayos es eso? – preguntó Lars con asombro al marodat, quien contemplaba preocupado la escena.
- Un dragón de tierra.
- Vaya alivio, y ¿Cómo se supone que vamos a vencerlo?
- ¿Vencerlo? – lo miró con extrañeza.
- Si… o… ¿no? – dijo Lars frunciendo el entrecejo.
- ¿Quiénes son ustedes? – escucharon ambos la voz autoritaria de Hagath, quien ya sostenía en su mano, una enorme espada con empuñadura dorada.
- Yo soy Lars y el es…- se detuvo mirando al marodat.
- Hiares – respondió este con cierta seriedad.
- Mucho gusto – reprochó irónicamente Hagath - ahora, ¡LARGO DE AQUI!

Zeris corría por las calles, trataba de ayudar a las personas heridas que salían de sus casas en llamas, cuando de pronto, pudo ver a la enorme bestia que sobresalía del caserío, continuando con su afanosa destrucción. Entonces la chica se detuvo, y buscando en su bolsa sacó aquella envoltura de piel que recibió del hombre que la había conducido hasta aquel lugar, y corriendo al lado contrario de las demás personas, se dirigió hasta el dragón.

- ¡Por supuesto que no nos iremos!, ¡hemos venido a ayudar! – gritaba imperiosamente Lars.
- Pues si van a hacerlo, ahora es tiempo – dijo Hagath a la vez que tomaba su espada con firmeza y daba un paso al frente, levantándola con fuerza y cortando el aire con fiereza.

Entonces, el viento ocasionado por aquel movimiento, se dirigió directamente hasta el animal, tan agresivamente que a Lars le pareció por un instante ver una navaja invisible volando por los aires. Pero por muy impresionante que fuera todo aquello, el viento pareció no afectar en absoluto el cuerpo de la bestia, chocando contra el como una ligera brisa choca frente al tronco de un árbol.

- Creo que eso no sirvió de mucho – señaló Lars.
- Si sirvió – dijo Hiares – Ahora tenemos su atención.

La bestia acechaba aquellos tres que se encontraban frente a ella. Y dando un chillido más, abrió su enorme hocico, expulsando una gran llamarada de fuego hacia ellos. Hagath empuñó rápidamente su espada y tomándola con la punta hacia abajo, hizo medio giro cortando nuevamente el viento, logrando al fin evitar la llama.

Zeris abrió los ojos con asombro, aquello escrito en el papel que llevaba consigo comenzaba a aclararse para ella.

- “Viento que hiere” – susurró – es él

Hagath respiraba agitadamente, y sintiéndose observado, volteó ligeramente para encontrarse con el asombrado rostro de la chica que lo miraba con profunda alegría.

- ¡Oye tu niña! – le gritó de pronto, haciéndola salir de su sorpresa - ¡apártate de allí!

El dragón estaba enfocado a ella y con intensas pisadas se enfiló en su busca. Zeris se quedó inmóvil por un instante y cerrando su puño con temor, el anillo que llevaba puesto en su mano derecha, se iluminó de repente y de la nada, ante el asombro de todos, una espada con empuñadora rojiza se encontró ahora asida en su mano. Así que, sin esperar más, la joven solo pudo serpentear instintivamente una serie de aspadazos que ni siquiera lograban detener a la criatura. Al fin, la bestia se embistió hacia ella y agachándose con rapidez, no pensó más que enterrar la espada en una de las patas delanteras del dragón.

Rápidamente Hiares se hizo presente por detrás de la bestia, y siguiendo el ejemplo de la rubia, el marodat enterró su espada en la cola del animal, lo que ocasionó un ferviente rugido.

- ¡Corre! – gritó el joven, a la vez que tomaba la mano de Zeris y la halaba con fuerza hacia su camino.

Se dirigieron con rapidez junto a los otros dos que los habían contemplado con sorpresa, pues no todos los días una jovencita se salvaba de los ataques de una bestia como esa.

- Pero ¿qué haces? – preguntó Lars – ¡sacala de aquí!
- ¡No! – respondió rápidamente la joven - ¡yo puedo ayudar!
- ¡Pues comienza a hacerlo! – gritó Lars a la vez que corría hacia el dragón con su espada en mano.

Con la atención de todos hacia él, se detuvo a un par de metros del dragón, y con firmeza levantó su espada con la punta hacia abajo y dijo:

- ¡Tiembla!

Entonces Lars enterró su arma en la tierra, tan fácil y suavemente como quien entierra un cuchillo en un pastel, y casi de inmediato, el suelo comenzó a sacudirse de una manera estrepitosa haciendo que el animal cayera al suelo.

- Bien hecho. Ahora tardará en levantarse – señaló Hagath – es momento de eliminarlo.
- ¡Espera! – lo detuvo la joven – es un dragón de tierra, hay muchos en estos lugares.
- Con mayor razón, no se perderá mucho – señaló Lars.
- Escúchame, ese animal no debería estar aquí, han habitado los alrededores por décadas y nunca habían atacado las aldeas.
- Entonces sugieres ¿Qué… - dudó Hagath
- Sacarlo de aquí
- ¡Estás loca! – tocó el turno de Lars – ¿le pedirás que se vaya y ya?
- Lo debilitaremos.
- ¡Maldición! esa cosa nos matará.
- Tratemos – dijo seriamente Hagath – quizás ella tenga razón.
- Yo también lo haré.
- Vaya – dijo Lars mirando al marodat – gracias por el apoyo.
- Si no quieres, no lo hagas – le dijo Hiares.
- Solo por que eres la persona que busco, eso es todo – refunfuñó.
- Para ser un futuro rey, eres demasiado presuntuoso – declaró la joven a la vez que con la mirada señalaba el escudo con un sol que llevaba en la empuñadura de su arma.

Hagath lo miró fijamente y sonriendo, supo que su búsqueda había terminado. De pronto, el dragón se incorporó y nuevamente lanzó aquel fuego que cada vez era mas intenso. El hombre de largos cabellos se colocó frente a los chicos y una vez más detuvo el ataque con su técnica corta vientos. En cuanto las llamas se diseminaron, la joven mardot levantó sus brazos hacia el cielo, y comenzó a conjurar palabras que ninguno de los presentes pudieron entender:

- “Bartunaz semira inuret, bartunaz semira nardat, nimarus camus resuenin inmisculo renit aquiarem” – entonces los cielos se oscurecieron y poco a poco las gotas de lluvia comenzaron a caer haciéndose cada vez mas fuerte.
- Ahora es mi turno – dijo Lars a la vez que nuevamente, enterraba su espada en la tierra - ¡Tiembla! – gritó con tal fuerza que el suelo se sacudió mucho mas fuerte que la ultima vez, ocasionando que sus compañeros se tambalearan e inclusive Zeris cayera al piso.

Rápidamente Hiares brincó con gran impulso y levantando la espada hacia el cielo gritó:

- ¡Tronos! – y de aquellas oscuras nubes se asomó un esplendoroso relámpago, el cual se convirtió en un trueno que fue guiado por la espada del marodat justo hasta el animal que se encontraba en el suelo.

El impactó recibido por la bestia fue impresionante, y aquella eléctrica descarga comenzó a debilitarlo con gran rapidez, hasta que este no pudo hacer más que caer tendido en el suelo totalmente desfallecido.

Un largo silencio envolvió entonces el lugar. Aun con las espadas arriba, los tres hombres se acercaron cautelosamente al animal, seguidos por una temerosa Zeris. Podía escucharse la respiración agitada de cada uno, haciendo eco ante el afanoso caer de la lluvia. Se quedaron mirando fijamente a la bestia y al asegurarse de su inconsciencia bajaron las armas.

- ¡Grandioso! – gritó repentinamente Lars, ocasionando un sobresalto colectivo hacia los demás.
- ¿quieres guardar silencio? – dijo Zeris con disgusto.
- ¿Cómo vamos a sacarlo de aquí? – preguntó Hiares.
- Es lo mismo que me pregunto – respondió Hagath, volteando a ver a la chica junto con los otros dos muchachos.
- ¿Por qué me miran a mí?
- Fue tu idea el detenerlo en vez de matarlo – discutió Lars.
- ¿En verdad pensabas hacerlo? – se burló la chica – hasta ahora no existe nadie que haya matado a un dragón de tierra, su piel es tan dura como el acero.
- Vaya, que bien se ve que no sales a menudo – alardeó Lars.
- Nosotros podríamos ayudar – se escuchó la voz de un anciano, el cual se acercaba junto con las personas de aquel pueblo – soy el herbolario de este lugar y puedo hacer un remedio para hacerlo dormir por más tiempo y sacarlo del pueblo.
- ¿Cómo piensas sacarlo abuelo? – tocó el turno de Hagath
- Podemos improvisar un remolque – se escuchó la voz de un enorme hombre de corpulento físico – mis hombres y yo ayudaremos.
- Eso estaría muy bien – sonreía la joven, mientras que Hiares, la observaba detenidamente.
- “Luz brillante…aquella igual y diferente” – pensó – debe ser ella.

* * *

Todos descansaban del arduo trabajo. Sentados a las mesas de la taberna, terminaban de comer lo que agradecidamente les era obsequiado por el tabernero. Faltaban un par de horas para amanecer, por lo que las personas comenzaron a partir a sus respectivas casas. El encargado del establecimiento se acercó a los cuatro que habían salvado la pequeña aldea.

- Tengo cuartos disponibles para que pasen el resto de la noche.
- Muchas gracias – respondió Lars – a mí realmente me hace mucha falta.
- Igual a mi – tocó el turno de Zeris.
- Entonces vengan conmigo, les mostraré sus habitaciones.

Los jóvenes se pusieron de pie y acompañados por Hiares se dispusieron a seguir al tabernero, mientras que en otra mesa, Hagath y el anciano que había ido a visitar con anterioridad los observaban.

- ¿Sabes algo de ella?
- No, nunca la había visto – respondió el viejo
- Que extraño, alguien debió mencionarla antes. No es común que una “hechicera” camine sin ser reconocida
- ¿Hechicera?, ¿no crees que te estas extralimitando?
- No viste lo que yo viejo, una sacerdotisa no impone a la naturaleza como ella lo hizo, no si no es una hechicera.
- ¿Se trató acaso de algún truco?
- No, era real, lo vi. con mis ojos…abrió los cielos con sus manos, solo con sus manos.
- ¿Qué harás entonces?
- Me largaré muy temprano en cuanto amanezca. No pienso quedarme a su lado ni un momento.
- Pero no puedes, ¿Qué hay del chico que buscabas?
- Patrañas, solo es un niño jugando a querer ser rey – y poniéndose de pie terminó – yo no soy guardaespaldas de nadie, ya no.


Zeris dejó a un lado su pequeña mochila. Se quitó aquella pesada capa que llevaba consigo y se paró frente a la ventana. La abrió de par en par y dio un profundo suspiro. Se arrodilló entonces y colocando sus codos en el alfeizar, entrelazó sus manos y comenzó a rezar con desesperación.


Lars se aventó sobre su cama. Miró el techo con detenimiento. Estaba desilusionado con lo que había encontrado. Toda la emoción que había sentido en la búsqueda de aquel que llevaba escrito en ese pequeño papel, había desaparecido.

- Esto es basura – susurró – no voy a quedarme.


Hiares estaba sentado a la orilla de su cama. Pensaba detenidamente cual sería el paso a seguir. Recordó la batalla anterior, sabiendo que aquello no se había tratado de una simple coincidencia. Entonces, ella vino a su mente. Era una mardot como lo fue su madre, y sabía lo que ello implicaba. Aquella chica no era un ser común, escondía algo más que le emocionaba descubrir, pero a la vez temía. Había impuesto a la naturaleza. Nadie que conociera lo había hecho nunca. Así que sin pensarlo más, lo decidió. Partiría por la mañana.


* * *
- Buenos días señorita – saludaba el hombre gordo que limpiaba las mesas de su establecimiento.
- Buenos días – sonrió.
- ¿Durmió usted bien?
- Si gracias.
- El desayuno está servido.
- Oh no, creo que ya le he dado demasiadas molestias.
- No se preocupe, nada es suficiente para agradecerles el haber salvado nuestras vidas.
- Muchas gracias – decía a la vez que tomaba asiento – dígame, ¿aun no se levantan los muchachos?
- Ellos ya partieron.
- ¿Qué? – dijo poniéndose nuevamente de pie – pero…¿Cuándo?
- Muy temprano.
- ¿Se fueron juntos?
- No, cada quien por separado.
- ¡Esos tontos!
- ¿pasa algo malo? – preguntó preocupado al notar la molestia de la joven.
- No, no pasa nada, yo cumplí, así que es hora de regresar a casa.

* * *
- Bien jovencito ya fue suficiente – reclamaba una mujer a un muchacho delgado - ¿vas a ordenar si o no?
- Bueno…está…está bien – dijo con nerviosismo – un plato de su especialidad.
- Vaya – suspiró la mujer y antes de partir, prosiguió - tienes con que pagar, ¿cierto?
- Claro – respondió a la vez que apretaba hacia su pecho aquel oscuro libro que tenia entre sus manos.

La mujer dio la vuelta y se alejó. El muchacho miró hacia la ventana. Llovía mucho aquella tarde oscura. El merendero donde se encontraba era bastante modesto y la dueña-mesera-cocinera del lugar ya estaba impaciente de verlo durante horas sentado en aquella mesa junto a la ventana, sin contar que se había hospedado allí desde la noche anterior. Era un muchacho muy joven y aparentaba cierta indecisión, pues rascando su roja y corta cabellera, se preguntaba que debía hacer si aquellas personas a las que tenía encontrar allí ese día no llegaban. Lo invadía un mal presentimiento.

- En cuanto coma partiré – pensó decidido - Creo que nadie llegará.
- Aquí tienes jovencito – escuchó de repente aquella voz penetrante – nuestro platillo especial.
- Vaya, si que luce especial – aseguró observando aquel extraño manjar.
- ¿Qué es eso? – señaló la mujer con la mirada hacia un extraño objeto, largo y envuelto apoyado de una pared junto al chico.
- Nada - dijo tomándolo con una mano, mientras que con la otra aún sostenía con recelo aquel libro.
- Eres extraño, en cuanto termines…largate.
- Si señora.

La mujer se alejó nuevamente, y confiado, soltó el objeto que nuevamente volvió apoyar en la pared. Miró una vez más a la ventana, cuando sorpresivamente, visualizó a un hombre que corría hacia aquel lugar en busca de refugio a la intensa lluvia.

- Es uno de ellos, estoy seguro.

El hombre entró al merendero, mientras era observado por el pelirrojo. Era un tipo muy alto y robusto, nada comparado con su propio aspecto. El recién llegado se sentó en una de las mesas y despojándose de su mojada capa, se percató de la insistente mirada del joven. Lo observó con detenimiento, mientras que el pelirrojo pretendía comer distraídamente aquella horrible comida que tenia en su plato. Después de unos momentos, el chico lo miró discretamente, mientras que Hagath ya era atendido por la dueña del lugar, quien lo trató con menos brusquedad que a el, lo que no sorprendió al muchacho, pues decididamente el aspecto de ese hombre era atemorizante. Tragó con dificultad el siguiente bocado, un tanto por el mal sabor y otro por los nervios de lo que debía hacer, así que sin dar mas vueltas, el pelirrojo se puso de pie y se dirigió temeroso hasta Hagath. Ya estando frente a el, se aclaró débilmente la garganta y preguntó nervioso:

- ¿Tú eres Lars?
- ¿Qué? – preguntó extrañado.
- ¿Hiares?
- ¿De que hablas?, largo de aquí.
- Hagath – se escuchó de pronto la voz de un tercero que se encontraba en la puerta, escurriendo agua de la cabeza a los pies – su nombre es Hagath – y acercándose añadió – yo soy Hiares.
- ¿Qué haces aquí? – preguntó sorprendido al marodat.
- Se supone que alejándome de ustedes – respondió el muchacho con la seriedad de siempre a la vez que se sentaba a la mesa - ¿y tú?
- Intento hacer lo mismo.

El chico los observó confundido, y aun sosteniendo aquel libro en su pecho, se aventuró a preguntar:

- ¿No deberían ser más?
- No te preocupes, si no me equivoco los otros dos seguramente tomaron el mismo camino – sonrió Hagath.
- Y hablando de eso – dijo Hiares, mientras que observaba por la ventana como otro de los jóvenes corría hacia el establecimiento.

El joven entraba con rapidez al merendero y aun en la puerta, comenzó a sacudir su cabeza del agua.

- ¡Diablos, que lluvia! – refutaba Lars a la vez que se quitaba aquel abrigo mojado - ¡Un café por favor!

Sacudió sus pies un par de veces, entró al lugar y levantó la mirada solo para encontrarse con aquel terrible cuadro.

- ¡No!, ¡no puede ser! – dijo mientras se acercaba a la mesa en donde Hiares levantaba su mano en forma de saludo - ¿Qué hacen aquí?
- Huyendo – respondieron ambos.
- ¡Genial!, ¡Doce horas caminando y me encuentro en el mismo lugar! – y sentándose bruscamente, se percató del pelirrojo desconocido que aún se encontraba de pie - ¿Quién eres tu?
- Toma asiento muchacho – empujó Hagath una de las sillas con un pie.
- Gracias señor – dijo temeroso y después de haberse sentado recordó algo y se puso de pie.

Los tres observaron con detenimiento como el chico tomaba aquel objeto envuelto que había dejado en su lugar y después regresaba hacia ellos. Se disponía a sentarse cuando nuevamente recordó algo, y una vez más se puso de pie para ir en busca de su plato. De nuevo se sentó y agitado se percató de la mirada fija de aquellos tres hacia él.

- ¿Si?
- ¿Quién rayos eres tu? – preguntó Lars nuevamente un tanto desesperado.
- Oh, si – recordó – mi nombre es Galadath, y soy enviado del Sr. Rintbhu.
- ¿De quien? – preguntó Lars.
- Rintbhu – respondió Hiares – es uno de los magos más viejos de todo Arhas.
- Así es, el me pidió venir hasta aquí para encontrarlos y darles esto.

Galadath puso el libro sobre la mesa. Los tres lo miraron con curiosidad. Era un libro bastante viejo, con pastas de lo que parecía ser una extraña piel oscura, muy grueso y con cierto olor a antiguo. Tenia extrañas inscripciones doradas y borrosas alrededor de toda la pasta delantera, las cuales eran muy difíciles de entender.

- Es el Libro de los Escritos – dijo Galadath con remarcada seguridad, al ver los rostros confundidos de los otros.
- Había escuchado de él, pero jamás lo había visto – dijo Hagath a la vez que tomaba el objeto entre sus manos.

De repente, algo extraño ocurrió. Intentaba abrir el libro sin ningún éxito. Las pastas parecían estar pegadas a las hojas. Hiares y Lars lo miraban con atención, hasta que Hagath al fin se dio por vencido.

- Déjame a mi – dijo Lars, quien tampoco tuvo éxito alguno. Dio un profundo suspiro y derrotado, ofreció el libro al mardot - inténtalo Hiares, quizás tu puedas abrirlo.
- No – dijo terminante – yo tampoco podré.

Hagath lanzó una carcajada irónicamente.

- ¿Cuál es la risa?
- ¿Que no lo ves Lars? – respondió el mayor de todos – solo la chica puede hacerlo.

* * *
Cubierta con su capa, Zeris dormía profundamente en la parte trasera de una carreta que pertenecía a un agradable granjero, quien amablemente, la llevaba hacia la posada más cercana. Había decidido volver a Árfados, pues aun se sentía decepcionada de su penoso viaje, el cual pensó por unas horas, sería aquel que había añorado durante años. Se mantuvo a salvo de la lluvia, lo cual había retrasado su llegada hasta el pueblo donde se había hospedado dos noches atrás. La carreta se detuvo, lo que ocasionó que la chica al fin despertara.

- Ya llegamos jovencita, este es lugar – dijo amablemente el granjero – podrás pasar la noche allí.
- Pensé que sería una posada – dijo somnolienta.
- No. Es un merendero, pero tienen cuartos disponibles para algunos viajeros. Es un buen lugar yo mismo me he quedado algunas veces.

La joven sonrió ante aquel comentario y bajándose del transporte agradeció.

- Muchas gracias por traerme.
- Adiós y que tengas suerte, sobre todo con Inias. Ella es un poco hostil, pero es una buena mujer.

El granjero agitó las correas y los caballos comenzaron a avanzar. La joven lo miró alejarse a la vez que comenzaba a creer que todas las recomendaciones dadas por el Sr. Thort eran exageradas, pues hasta ahora no se había topado con nadie que cubriera las terribles descripciones del herrero. Dio media vuelta y observó el merendero donde a primera vista solo pudo ver la figura de cuatro personas que se encontraban sentados en el pórtico. Se echó la bolsa al hombro y comenzó a acercarse, mientras que con cada paso dado se asombraba mas y mas de lo que veía: Hiares, Lars y Hagath nuevamente juntos.


- ¿Qué….que hacen aquí? – preguntó admirada mientras que los encaraba con cierta molestia.
- Alejándonos – respondieron tres de ellos.
- Pues, buena suerte – e ignorándolos, Zeris entró al lugar.

Sacudió sus pies en la entrada y miró a ambos lados, encontrando a una mujer delgada y bastante vieja, quien la miraba con severidad.

- Buenas noches – saludó amablemente la joven – busco alojamiento por esta noche.
- Lo siento, pero no hay nada disponible.
- Pero, si me han dicho que cuenta con algunos cuartos.
- Tengo todo lleno – rectificó con la hostilidad que el granjero advirtió.
- Puedo pagarle – insistió la chica y mostrando un pequeño saquillo continuó – traigo con que.
- Le he dicho señorita “mardot”, que no tengo ninguno.

Zeris guardó silencio, pues su pronunciado “mardot” la había convencido del por que no contaba con cuartos para ella. La rubia dio media vuelta, encontrándose de nuevo con los cuatro tipos que la esperaban en la puerta.

- Eso pasa cuando no reservas – comentó Lars, tratando de suavizar aquella embarazosa situación, y acercándose a la anciana preguntó con la más amable de sus sonrisas - ¿podría hacerme el favor de rentarme una habitación?
- Por supuesto… - dijo la mujer – que no. He dicho que no tengo habitaciones.

Era obvio, los simpatizantes de mardots tampoco eran bienvenidos en aquel lugar.

- No hay problema con eso – dijo Galadath repentinamente – yo tengo una.
- Se acabó la reserva hace una hora – intervino nuevamente la mujer.
- Pero…
- ¡Hace una hora! – gritó la anciana.

Zeris cerró sus puños con fuerza. Una enorme furia y cierta vergüenza la invadían. Hiares, quien había permanecido en silencio, se acercó a la joven y muy tranquilamente le dijo:

- Deberías convencerla.

Todos miraron al marodat, quien tomó una silla cercana y se sentó en ella. Zeris lo miró asombrada, mientras que este sostenía su mirada.

- Nada de convencimientos – escucharon de pronto la penetrante voz de la anciana, quien tenía nuevamente la atención de todos los presentes – he dicho que no y es no.
- Hiares tiene razón – intervino Hagath – estoy seguro que podrás convencerla.

La rubia sonrió ligeramente y acercándose a la anciana, fijó sus claros ojos en los de ella, y susurrantemente le ordenó:

- Déme una habitación.
- Si como no, ¿acaso están todos sordos he dicho que…

Y levantando una de sus manos, Zeris la pasó con rapidez frente al rostro de la mujer, de izquierda a derecha, y casi inmediatamente después, la mujer guardó silencio, quedándose con los ojos tan abiertos como un par de platos.

- Nos rentará una habitación – dijo nuevamente la chica, clara y severamente – y…será amable con todos nosotros.

Y extendiendo una vez su mano repitió la acción, solo que esta vez el movimiento fue realizado de derecha a izquierda. La mujer parpadeó un par de veces, y con rostro confundido miró entonces la amable sonrisa que Zeris ofrecía delante de ella.

- ¿Sería tan amable de darme mi llave? – dijo la rubia.
- Oh, si – articuló torpemente la anciana – su llave – y esculcando entre los bolsillos de su gracioso mandil, sacó una llave larga y oxidada que entregó a la joven de ojos violetas – aquí tiene señorita.
- Muchas gracias es usted tan amable – tomando la llave dio media vuelta y se dirigió a una de las mesas.

Hagath sonrió complacido, a la vez que se disponía a seguir a la rubia, sin dejar de pasar junto a la anciana y pedir algo de cenar para todos. Galadath siguió a la pareja y sentándose frente a la chica exclamó:

- ¡Eso fue sorprendente! Ya había escuchado que los mardots podrían hacerlo…pero jamás había visto a ninguno en plena acción.
- Yo creo que simplemente nunca te habías dado cuenta – intervino Lars, quien junto con Hiares se acomodaba en la misma mesa.
- Aun no me han dicho que hacen todos aquí – dijo Zeris para desviar la conversación que comenzaba a incomodarla – no sabía que hubiesen partido juntos.
- No lo hicimos – respondió Hagath – lo que sucedió es que la búsqueda no había terminado.
- ¿No había terminado?
- Así es – y mirando a Galadath continuó – aun faltaba uno.
- ¿Tú también debías encontrar a alguno de nosotros?
- Oh no – respondió Galadath a la joven – debía encontrarlos a todos juntos – esculcando entre su cinturón, sacó un pequeño pedazo de pergamino y mostró.
- “Luz brillante…aquellos cuatro que saben quienes son” – leyó Zeris.
- Según mi maestro debían estar aquí, para poder darles esto – y colocando el oscuro libro en la mesa continuó – pero tengo el presentimiento que era a usted a quien debía dárselo.
- ¿A mi? – preguntó extrañada.
- Creemos que solo usted puede abrirlo.

Zeris miró nuevamente aquel libro y todos los demás aguardaron en silencio.

- ¿Por qué creen que yo podré hacerlo?
- Por que… bueno solo tú faltas en intentarlo – tocó el turno de Lars.
- ¿Y si no es así?
- Buscaremos la forma – respondió Hagath.
- Está bien – respondió – lo intentaré.

Tomó el libro con ambas manos, acarició ligeramente la pasta superior y se dispuso a abrirlo. Pero al igual que los dos anteriores, había fallado en su intento.

- ¡Rayos! – exclamó Lars - ¿Cómo se supone que se abre? – y mirando a Galadath continuó – tu debes saber
- No, yo solo debía traer el libro, eso es todo. Un hombre me visitó hace varias noches. No pude ver su rostro, era muy extraño. Se acercó a mi y me dio el papel diciendo que los encontraría aquí, después, extrañamente desapareció.
- ¿Y por que Rintbhu te dio el libro? – preguntó Lars
- Por que le platiqué a mi maestro lo que había ocurrido y dijo que a él también le habían visitado diciéndole que me lo diera, pues allí estarían las respuestas a nuestras dudas. Parece ser que mi maestro lo había guardado durante algún tiempo.
- Qué enredo – suspiró Lars.
- Lo mejor será descansar, quizás mañana tengamos mejores ideas – señaló Hagath – y…no quiero parecer inoportuno, pero…creo que deberíamos dormir cerca.
- ¿Cerca? – repitió el pelirrojo.
- Sería molesto despertar y saber que alguien se ha ido. Es obvio que debemos estar juntos para llegar al fondo de esto.
- ¿Sería molesto despertar y saber que alguien se ha ido? – dijo irónicamente la chica – fue lo que me ocurrió a mí, con la diferencia que fueron todos los que huyeron.
- Eso es cosa del pasado mi muy “persuasiva” amiga – sonrió Lars – voto por que nos quedemos juntos. Así nos mantendremos vigilados.
- No creo que sea muy buena idea – replicó la chica.
- Vamos – burló Lars – ¿Qué podrían hacerte cuatro hombres extraños en la mitad de la noche?
- ¡Eres un tonto!
- Es una broma – y mirando acercarse a la anciana con un par de platos, Lars continuó - es mas, te concederé una de las camas.

sábado, 19 de enero de 2008

El libro único

Capitulo Uno

El señor Enhus era un anciano que vivía en el pueblo de Árfados, un lugar bastante humilde y despoblado, donde las pequeñas cabañitas hechas de tablones y tejados de broza no pasaban de diez o quince en total. Sentado siempre en un viejo sillón de madera rustica al pie de su puerta, observaba el correr del día, mientras contemplaba el ir y venir de las personas que trabajaban en sus pequeños sembradíos, atendían los pequeños negocios e inclusive al único herrero que se ocupaba de hacer sus labores cotidianas justo en frente de la casa del anciano. Enhus era un hombre sabio, a pesar de que su conducta no lo pareciera, pues en cada oportunidad presentada, no dejaba de contar anécdotas fantasiosas sobre sus viajes de juventud, las cuales en su mayoría solo eran creídas por algunos pequeños niños que asombrados, no hacían mas que correr de la escuela a casa del anciano. Mas sin embargo, no eran las exageradas historias de Enhus lo que atraían a los niños, si no la descripción de un mundo desconocido para ellos. Enhus era uno de los muy pocos a los que cuyos padres habían hablado de la antigua Tierra, poblada de millones de personas, con enormes rascacielos y maquinas extraordinarias que hacían la vida mas fácil y llevadera para todo el mundo. De los distintos países existentes y las diversas culturas, los fascinantes animales o inclusive, la extraña forma de vestir. Nada era comparado con aquellas descripciones tan precisas hechas por el viejo, descripciones grabadas en su cabeza desde que su padre las hubo dicho a el, y su abuelo a su padre y su bisabuelo a su abuelo, etc., pues hacía mas de quinientos años que la nueva era había comenzado después del Caos.

El Caos era el suceso que seguía siendo tan temido como lo fue en aquel entonces: la destrucción total de todo lo que había sobre la tierra. Grandes explosiones por doquier, temblores, erupciones, tormentas, aludes, maremotos, inundaciones y finalmente hambruna. Muchos años pasaron para que los pocos hombres sobrevivientes volvieran a revivir la tierra, a encausar los lagos y ríos, a prender a vivir en grupo. Mas todo aquello se debía a un solo hombre: Amed, un extraño individuo que había unido a todos los pequeños grupos de sobrevivientes que habían ya formado pueblos y los había organizado para poder vivir en armonía. El resultado de esto había sido quince reinos dispersos por todo Arhas (la nueva tierra) y el nacimiento de una extraña raza llamada mardot. Los mardots, habían aparecido repentinamente en las partes internas de los bosques. Una pequeña sociedad aun más organizada que la humana, con sus propias costumbres, su cultura, su lengua y su religión.

Arfados era un pueblo habitado por mardots y humanos, quienes no eran difíciles de diferenciar, ya que quizás a simple vista todos lucían como seres comunes, pero mirando con mayor atención, se podía notar como algunos eran más pálidos que otros, con ojos de colores poco ordinarios como arena, tenues púrpuras o amarillos. Mas sin embargo, era su palidez la característica más evidente de los mardots, pues estos carecían de sangre, en su lugar corría dentro de su cuerpo una plasma semitransparente que hacía en ellos las mismas funciones que la sangre en los humanos, aunque esta tuviera sus consecuencias, como la debilidad al frío y la diferencia con los hombres. ¿Qué eran los mardots y como habían aparecido sobre la tierra?, era la pregunta sin respuesta mas ininteligible en aquellos tiempos, pero también entonces la menos cuestionada.

- ¿Es verdad que los mardots pueden leer la mente? – preguntaba un pequeño al anciano Enhus, quien rodeado por un grupo de niños, rascaba su larga barba blanca y meditaba la respuesta.
- No lo sé, quizás no o quizás si – sonrió
- ¿Es cierto que hay humanos que no quieren a los mardots?
- Lamentablemente – respondió con seriedad – hace muchos años atrás eran menos tolerables de lo que son ahora
- Díganos señor Enhus, ¿en realidad volaban los antiguos por los cielos?
- Oh si, en grandes maquinas de acero llamadas aviones
- ¿Y los niños iban a la escuela?
- Si – respondió el anciano – pero en lugar de maestros, habían maquinas que reflejaban la imagen de personas que les enseñaban todo lo que necesitaban aprender.

Los pequeños murmuraron entre si, asombrados por las respuestas del viejo que sacaba de entre sus ropas, una pequeña bolsa con tabaco y la metía en su extraña pipa.

- Dermor – escucharon todos de repente aquella voz que era conocida – es hora de que nos vayamos a casa

Un jovencito de aproximados trece años se encaminó hasta uno de los niños que yacía sentado en el suelo junto al anciano, y tomándolo del brazo lo haló con brusquedad.

- ¡Déjame en paz! – se liberaba el niño – me iré cuando quiera
- ¿Cómo puedes estar aquí escuchando las tonterías de un viejo loco?
- ¡No son tonterías! – respondió otro de los pequeños
- ¡Tu cállate tonto ingenuo! ¿Acaso no se dan cuenta de las patrañas de este viejo?
- Claro que no son patrañas
- Si lo son, mentiras de un viejo loco – y tomando nuevamente el brazo del Dermor, el muchacho lo levantó del piso y lo llevó hasta el arenoso camino.

Ya apunto de comenzar a arrastrar a su pequeño hermano, Enhus sacó de su boca la pipa que con dificultad había encendido, y mirando al joven impetuoso, preguntó:

- ¿Por qué crees tú que lo que yo cuento a tu hermano son mentiras?

El muchacho volteó bruscamente y encontrándose con los ojos del anciano, respondió sin soltar al niño.

- Por que mi padre dice que usted nunca ha salido de Arfados. ¿Cómo puede una persona que nunca ha salido de su pueblo, saber tanto del mundo?
- ¿Cómo puedes aprender tú en la escuela sobre otras ciudades, culturas, costumbres o lenguas, hijo?
- No es lo mismo. Usted habla como si todo lo hubiese presenciado con sus propios ojos.
- Es que así ha sido hijo mío. He tenido en mi mente todo aquello que he oído y he visto en ella lo que ha pasado.
- Si ya se, como esas aventuras en los bosques, o las batallas en las montañas – dijo irónicamente.

Enhus sonrió divertido. Se inclinó de aquel sillón y talló sus arrugadas manos.

- Y si yo te dijera que la mas esplendorosa aventura, ha surgido de aquí mismo y que Arfados fue el punto de partida de aquello que definió las vidas de todo Arhas, ¿me creerías?
- Va, ¿quien cree que soy? ¿un tonto?
- Oh no claro que no. Se que solo eres un muchacho que no cree, pero que con mi ayuda puede cambiar.
- ¿Su ayuda? – dijo el chico echándose a reír enseguida – vaya cosas que dice – y dando medía vuelta, tomó el brazo del niño y se dispuso a seguir su camino.
- ¿Tanto miedo me tienes hijo? – preguntó una vez mas Enhus, a lo que ocasionó que el joven se detuviera - ¿tanto miedo tienes de que mis palabras te convenzan?
- Yo no le tengo miedo a nada – dijo desafiante al encontrarse nuevamente con los negros ojos del viejo.
- Entonces ven conmigo – dijo Enhus, levantándose con dificultad del sillón y dirigiéndose al interior de su casa.

Los niños que habían permanecido sentados en el piso se pusieron de pie y siguieron al anciano, mientras que el muchacho, soltaba a Dermor y seguía al grupo. La casa era muy oscura, a causa de que las ventanas permanecían cerradas. El aire olía a humedad y solo se podía oír el tic tac del reloj que colgaba arriba de una pequeña chimenea aún encendida. Al lado de esta, se encontraba un viejo baúl de color negro. Enhus se dirigió hasta el y sacó de su interior un pequeño envoltorio. La piel del envoltorio parecía muy antigua y raída, pero no era eso lo que mantenía en suspenso a los pequeños, si no el contenido de ella. Enhus se sentó en una mecedora que permanecía frente a la chimenea y levantando una mano, invitó a los presentes a sentarse nuevamente a su alrededor, esta vez con un integrante mas al grupo.

- Díganme niños – dijo lentamente mirándolos con cierta picardía - ¿Qué es aquello que nos ayuda a conocer ciudades, culturas, costumbres o lenguas?

Los pequeños se miraron entre sí, como si en las caras de sus compañeros estuviera la respuesta a aquella pregunta.

- Con los libros – respondió entonces el muchachillo que permanecía aun de pie junto a Dermor – aprendemos gracias a los libros.
- Bien – sonrió el anciano - ¿les gustaría ver el único libro sobre todo Arhas, capaz de responder todas las preguntas que se pregonan en todo nuestro mundo?
- Eso es imposible – respondió nuevamente el impetuoso jovencito – no existe tal libro

Enhus colocó entonces aquel envoltorio sobre sus piernas y poco a poco lo descubrió de aquella vieja piel. Los presentes siguieron con sus ojos cada movimiento hecho por el anciano, hasta que al fin, el contenido fue revelado. Un grueso libro de color negro con borrosas letras doradas en un idioma extraño, fue presentado frente a todos.

- Vaya, todo para un libro… – se quejó Dermor
- Oh no, nunca digas eso – interrumpió Enhus – este no es solo un libro más. Este es el libro Único

El anciano dirigió entonces la mirada hacía el joven que aún de pie junto a su hermano, observaba el libro con cierta insistencia.

- Disculpe señor – interrumpió un niño mardot que lo miraba con cautela – pero, ¿que tiene de extraordinario este libro?
- Esto jovencitos – dijo sacudiéndolo con ligereza – es aquello que lo sabe todo. Es aquello que nos permitió seguir con vida. Es aquello que nos ha permitido una segunda oportunidad – y encontrándose una vez mas con los ojos del joven, sonrió - ¿quieres comprobarlo?

Enhus extendió aquel libro hacía el muchacho, quien en seguida lo tomó y lo contempló entre sus manos. Lo miraba con cierta extrañeza, mientras que lo acariciaba como cuando alguien encuentra algo muy preciado que había perdido desde hacía mucho tiempo. Entonces, intentó abrirlo, pero extrañamente, las pastas parecían estar pegadas a las hojas y le era imposible el hacerlo.

- ¿Cómo pudo leer un libro como este? - susurró
- Quizás por que – dijo Enhus extendiendo su mano una vez mas – el libro elige a quien desea que conozca su contenido
- Entonces, ¿el libro se abrió solo para usted? – preguntó una vez mas el pequeño mardot
- No, de hecho, yo lo leí por suerte. Lo encontré abierto hace muchos años y así lo mantuve hasta apenas la noche de ayer.
- Vaya, que mala suerte – dijo Dermor
- ¿Quieren saber que es lo que me ha contado? – dijo nuevamente con tono pícaro
- ¡si!
- Me ha revelado la historia misma de los Héroes

Un gritó ahogado se escuchó en general, mientras que el jovencito que había permanecido de pie junto a su hermano, se deslizaba lentamente hacia la puerta.

- ¿Que sucede hijo? – lo detuvo el anciano
- Yo…no tengo… ¡no tengo por que quedarme a oír patrañas! – y abriendo la puerta salió rápidamente de la casa
- ¿Qué le sucede a tu hermano? – preguntó una niña a Dermor
- No lo sé, pero en cuanto llegue a casa le preguntaré
- Entonces hazlo ahora – aconsejó Enhus a la vez que envolvía el libro – y así podremos escuchar la historia el día de mañana

Un lamento general invadió el lugar, pero a un a pesar del alegato, el anciano volvió a guardar el envoltorio y los pequeños tuvieron que regresar a casa. Enhus los despidió desde su puerta, mientras que sonreía con aquella pipa en su boca, pensando que a partir de ese momento debía ir por un poco de comida para el curioso visitante que estaba seguro, volvería esa misma noche.
* * *

Era poco más de media noche, cuando Enhus hubo retirado el agua del fuego. Acercó la extraña tetera a una pequeña mesita colocada junto a la mecedora que yacía frente al fuego de la chimenea. Se dirigió a los estantes que adornaban las paredes de lo que parecía ser la cocina, y sacó de ellas una lata con pintorescos dibujos. Se disponía a colocarlas junto al par de tacitas que ya había acomodado con la tetera, cuando unos leves toquidos se escucharon en su puerta. Con cierta torpeza provocada por la emoción que no podía controlar, el anciano se dirigió a abrir, encontrándose con el rostro confundido del joven hermano de Dermor.

- Adelante hijo – señaló el hombre, mientras se apartaba para dejar pasar al aún confundido muchacho

Sin saber que hacía en aquel lugar, el chico entró y se quedó de pie junto a la puerta, mientras que Enhus la cerraba y se dirigía a su cómoda mecedora.

- Vamos, he preparado té y he sacado algunas galletas
- ¿Por qué estoy aquí a estas horas? – preguntó el joven con cierto tono de temor
- Por que tardaste mucho en darte cuenta – sonrió el anciano y levantando su mano lo invitó a acomodarse en una butaca cercana al fuego

El joven obedeció y mirando al anciano servirle te, abrió la boca para decir algo que Enhus detuvo.

- Estuviste pensando en lo que te dije, ¿no es así? – sonrió observando como el chico movía su cabeza aceptando sus palabras – trataste de olvidarlas pero no pudiste. Recordaste una y otra vez la apariencia del libro y aún hace un momento acostado en tu cama, no podías dejar de sentir las pastas en tus propias manos
- ¿Por qué…
- Puedo responderte si eso es lo que quieres, pero antes, debes escuchar la historia que me ha sido revelada por este libro. ¿Estas dispuesto a escucharla….
- Huner – respondió – mi nombre es Huner
- Lo sabía – sonrió el anciano, mientras admiraba el aspecto de aquel chico. Alto de piel morena y unos cabellos cortos tan negros como sus intensos ojos, esos ojos que reflejaban la bondad de su madre.

Enhus se puso de pie y por segunda vez en aquel día, sacó del baúl el envoltorio, se sentó en la mecedora y lo colocó sobre sus piernas.

- Todo comenzó aquí Huner, en Arfados, justo en la casa de enfrente, en el taller del viejo Thort, el herrero…